jueves, 5 de abril de 2012

Situado en el mal sitio y sin saberlo

Por la mañana (el 4 de abril) me levanto hacia las 7h 30 para hacer algo de matemática o escribir algo o mirar algo en Internet; para matar el tedio y la tristeza, no por otra razón -no voy a descubrir nada, soy demasiado bobo, después de que alteraran y condicionaran durante años mi cerebro y no puedo pensar a un nivel muy alto- con sueño de insomnio, cansancio y malestar. Mientras preparo una infusión, veo algo blanquecino por la puerta del balcón. Cada vez veo peor, por culpa de las gafas que me mal regalaron (mi antigua compañera, Veronica Baker (¿se llamará verdaderamente así ?), por medio de una amiga suya inglesa del alma -y de la corporación de David, ahora lo sé; antes no me daba cuenta-) no adecuadas par mí. Salgo al balcón y ya veo que es un gato que no se mueve nada, tumbado en la hierba, a unos 20 metros. Lo llamo y no contesta; aunque no hay trazas de sangre, como otros, en el pasado, al que el tren había atropellado, en la época en que pasaba por aquí a unos metros.
Me gustan los animales, su manera directa y generosa de ser. Me entristece cualquier muerte de cualquiera de ellos; pero no puedo hacer nada. No tengo azada, y no sabría donde enterrarlo ni en qué lugar ni si me dejarían siquiera hacerlo. El gato no parecía de los que suelen rondar por aquí y yo ya no les doy de comer como lo hacía ocasionalmente hace años; que venían a pedirte al balcón. Uno señora mayor, del número 12 o 13 de esta calle, creo; lo hace dos veces al día No sé lo que son: me doy cuenta ahora que quizás tienen una función que yo desconozco.
Al rato, miro de nuevo. El gato ha desaparecido. Supongo que alguno de los empleados de la basura y de los camioncitos verdes del ayuntamiento que pasan limpiando, lo han recogido. Me da la impresión que los del ayuntamiento son mayoritariamente magos aprovechados, que sólo están en lo municipal para poder robar a los que como yo, u otros, no se dan cuenta que les están "comiendo" (o como se diga eso). A mí me han vaciado ya, porque no siento nada, ni me doy cuenta, por desgracia para mí; de lo que me están haciendo.
Pero me incomada la idea de que fuera algún perro o una persona u otra cosa, lo que acabó con él. Decido salir al balcón para cerciorarme mejor, no fuera que le hubieran cambiado simplemente de sitio y oigo a una vecina jóven del balcón contigüo del primer piso del también contigüo número 4, gritar que alguien había salido y hecho no sé qué que no entendí. Y veo que otra joven, desde su balcón, mira hacia mí, inquisidoramente y las dos se van seguidamente  sin decir nada más.
Me pregunto, si una de ellas no le está mintiendo a la otra sobre algo, que yo no he hecho. No es de extrañar que piense así. Un gato siamés blanco y algo negro, magnífico y cariñoso y amabilísimo y buen gato; en frente de ese emismo número cuatro o del número 3 -no recuerdo bien cual de ellos era - le sacaron un perro (chihuahua o bien un caniche) de esos asquerosos que ladran a todo el mundo, que se abalanzó sobre el gato como si lo quisiera matar, con total violencia y ladrido de muerte. El gato estaba tranquilo, sin meterse con nadie, justo cuando yo pasaba, a la hora en que suerlo salir, las 20 horas más o menos , a pasear y a tomar algo. Yo había cariciado a ese gato siamés, de los pocos que se dejaban y era cariñoso, bueno, afectuoso y hasta inteligente. Pues bien, cuando iba yo a defender al gato, al ver el odio del perro agresivo, malo y mal educado ese -me gustan los perros , noobstante- salió la dueña de joven-media edad del perro corriendo y empezó a gritar con toda fuerza, intentando involucrarme a mí; que el gato había atacado a su pobre perro; siendo el perro dos a tres veces, en volumen, más grande que el gato. Fue exactamente y totalmente lo contrario. El perro, sin mediar, atacó al gato. Iba yo a contradecirla, y decir la verdad, pero no podía decir nada, ni siquiera hablar. Y seguí mi camino. Pero no es la única vez. Meses antes, presencié algo similar, de un ataque de un perro -quizás el mismo- a ese mismo pobre y bueno e inocente gato. Y me acuerdo ahora, entre brumas, que la señora mayor que les da de comer, con quién apenas he intercambiado unas palabras, pero que sabe que me gustan los animles, que me ha visto darles de comer o llamarles con cariño; me dijo una vez que se lo querían llevar. Pero yo no entendí. Le pregunté que a donde y me contestó algo que no oí o que no entendí.
Soy tonto y es porque no sé nada de lo que se hace, ni de las reglas de ahora. Ni tampoco de las de antes. Pero lo voy entendiendo. No sé aún qué son esos gatos que rondan aquí afuera en Juan de Antxeta de Bilbao, pero supongo, que entre ellos, colocan a alguno que no es de su clase o empeño o especificidad. Exactamente igual a como me colocaron a mí aquí, en el número 5 -con el beneplácito del cruel y cínico de mi padre, que sabía muy bien que yo no entendía nada de nada y el asentimiento cómplice de mi madre- y mis vecinos han hecho creer que yo soy uno de ellos. No lo soy, soy ajeno en esencia, y en existencia a lo que esta gente es y hace. Triste es, eso de darse cuenta, sólo después de 36 años infelices y fuera de lugar, aquí.

Otro ejemplo es que ahora sé, pero hasta hace poco no; que les traen la cesta de la compra a casa. Mientras que yo, desde siempre y en todo momento, he tenido que ir a comprar a las tiendas o supermercados. Pues bien, además, me han acusado de querer comer demadiado o beber de lo mismo, o vete a saber qué tipo de acusación; yo que soy totalmente ajeno a lo que ellos son; y que no me traen la compra a casa.

El gato este, no se le ha vuelo a ver más. Es verdad entones, probablemente, que se llevaron a un gato inocente . Quizás existe la reencarnación -ni siquiera eso sé de seguro- y era la de un antiguo hombre bueno, y bueno también el gato. Que no toquen ahora a esta señora, que les da de comer, que la defiendo yo. Es triste que Franco, mal aconsejado por malos colaboradores, construyera este barrio para gente epecial, que yo aun no sé exactamente quienes son. Que se dedican; algunos, no todos; a testimoniar falsamente, a mentir, para condenar a inocentes que ni pueden defenderse. Yo mismo, también indefenso, sin ir más lejos.

El que no sabe y no puede defenderse, se le culpabilizará de todo aquello que no supo ni pudo demostrar que él era inocente. Y lo era. Y más si, como yo, se queda mudo, sin poder decir nada cuando le preguntan. O ni siquiera oye, a veces, o oye sólo ruido o no entiende nada (o todo esto a la vez) de lo que le dicen. Y que además no sabe nada. Y más aún, que cuando quieren los que le controlan, lo que él dice, no es lo que él diría si pudiera, sino lo que los que le controlan dicen. Así de simple, así de terrible e injusto, es la transformación de los inocentes en culpables. Tanto humanismo falso; así gana el madrid. O el vigo o el figueras que es lo mismo para el caso

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